Malva Flores, Galápagos, Era, 2016
Arribo
Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
Álvaro Mutis
1.
Diez años me tomó regresar a Galápagos.
Esas listas de luz que son los ríos desde el aire, apenas si aparecen entre la niebla de la primera isla. Apenas si descubro los nudos en su caligrafía de pez: larga escama de plata.
Cuántas
dos
tres islas
al paso de las horas y el escarpado pico.
Luego, sólo la niebla.
Las islas se despliegan desde el cielo como una promesa incumplida: un rosario de tierra donde extender una plegaria mínima.
No las vieron así desde el Beagle, aquel barco donde viajó buscando su tortuga el sabio de las barbas largas. Barbas como las nubes que inútilmente atraviesa este motor roñoso por el cielo.
A ras de suelo, cargando el gran caparazón, Índica Testudo Nigra, trazaba largos caminos en la tierra para encontrar el agua.
Y yo, buscando el desierto. Las arenas que, sé, van destruyendo todo.
El cáncer del silencio.
2.
Las crestas del promontorio. Desde el aire se asoman esas arrugas negras de las islas, los cráteres de toba. Y de pronto aparece: de nuevo el mar: la doble fila de las olas chocando con la playa, la plaza que desde arriba atisbo. El mercado mayor, el jalar de los puercos, su chillar de rutina: escándalo que anticipa la muerte.
3.
En los montes pelones se desgajan, tacaños, unos cuantos huizaches: viejas matas polvosas. Raquíticos arbustos “tostados por el sol y que apenas pueden vivir, cubren en toda su extensión una corriente de lava basáltica negra”, comentó Darwin al observar las islas.
Algunos árboles plantados en medio de la nada proyectan una breve sombra. Grises que fueron verdes, imagino.
Desde el aire miramos esa tierra arrasada. Cerca ya de la pista se adivinan unos claros reflejos: un gran lago de sal ¿o es agua lo que brilla ahí?
4.
Cresta de somormujo a ras del agua. El reflejo del pato, inconcebible pato con su cría rayada como cebra.
A ras del agua pasa el tropel invisible.
Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
Álvaro Mutis
1.
Diez años me tomó regresar a Galápagos.
Esas listas de luz que son los ríos desde el aire, apenas si aparecen entre la niebla de la primera isla. Apenas si descubro los nudos en su caligrafía de pez: larga escama de plata.
Cuántas
dos
tres islas
al paso de las horas y el escarpado pico.
Luego, sólo la niebla.
Las islas se despliegan desde el cielo como una promesa incumplida: un rosario de tierra donde extender una plegaria mínima.
No las vieron así desde el Beagle, aquel barco donde viajó buscando su tortuga el sabio de las barbas largas. Barbas como las nubes que inútilmente atraviesa este motor roñoso por el cielo.
A ras de suelo, cargando el gran caparazón, Índica Testudo Nigra, trazaba largos caminos en la tierra para encontrar el agua.
Y yo, buscando el desierto. Las arenas que, sé, van destruyendo todo.
El cáncer del silencio.
2.
Las crestas del promontorio. Desde el aire se asoman esas arrugas negras de las islas, los cráteres de toba. Y de pronto aparece: de nuevo el mar: la doble fila de las olas chocando con la playa, la plaza que desde arriba atisbo. El mercado mayor, el jalar de los puercos, su chillar de rutina: escándalo que anticipa la muerte.
3.
En los montes pelones se desgajan, tacaños, unos cuantos huizaches: viejas matas polvosas. Raquíticos arbustos “tostados por el sol y que apenas pueden vivir, cubren en toda su extensión una corriente de lava basáltica negra”, comentó Darwin al observar las islas.
Algunos árboles plantados en medio de la nada proyectan una breve sombra. Grises que fueron verdes, imagino.
Desde el aire miramos esa tierra arrasada. Cerca ya de la pista se adivinan unos claros reflejos: un gran lago de sal ¿o es agua lo que brilla ahí?
4.
Cresta de somormujo a ras del agua. El reflejo del pato, inconcebible pato con su cría rayada como cebra.
A ras del agua pasa el tropel invisible.