Malparaíso

I.
De un tirón.
Así.
Malparaíso.
Voy izando la cuerda del ahorcado.
No ha sido fácil esta rumba flamenca.
Coja, la bailaora. Vacante,
la platea. ¿A qué
tanto rebumbio?
Sólo ese afán protagonista.
¿No eras tú quien pedía letras de oro
en el camerino, estrella de cinco puntas?
No hay más oro ni letras y aquí estás:
con el teatro vacío,
oyendo tu zapateo dispar:
un baile que no sabías.
De un tirón.
Así.
Malparaíso.
Voy izando la cuerda del ahorcado.
No ha sido fácil esta rumba flamenca.
Coja, la bailaora. Vacante,
la platea. ¿A qué
tanto rebumbio?
Sólo ese afán protagonista.
¿No eras tú quien pedía letras de oro
en el camerino, estrella de cinco puntas?
No hay más oro ni letras y aquí estás:
con el teatro vacío,
oyendo tu zapateo dispar:
un baile que no sabías.
Malva Flores, Malparaíso. México: Eldorado ediciones, 2003.
***
Hubieras preferido el mar. Mil veces una concha en el cuello que esta bisutería. Habrías cantado romanzas con palmera bajo dulce palapa todo el día pelando camarones: acumulando brisa. Habrías visto en la noche la sombra de tu océano cuando el mar se desploma. Hubieras preferido el mar. Habría cantado. *** ¿Acaso no llamabas, a la voz de ¡milagro!, un suceso cualquiera que al fin pusiera un punto anterior al azar y entonces lo anulara? O más bien no advertías la errancia de la mula sobre el surco polvoso de la noria. Oigo el forzado paso del corazón a la vista del cable y pendulea. Siento su rozadura en la falta del aire y borro de inmediato las palabras. *** Alguna vez tuviste una intención profunda de convertirte en otra. Atesorar escamas como libros, nadar en la academia de perfección sonora. Todo correcto, limpio, transparente. De un punto al otro, la distancia más corta está en la recta. Así es la geometría. Alguna vez regresé a la gramática. *** Numismática no. Qué tal equilibrista con pavor de altura. Domadora sin botas: luces vara por fusta rayando el aserrín. Cuántas metamorfosis, pienso. Vuelvo a leer la cuerda y el corazón me salta pendulando. *** Habrías cantado, pues. En un bar habrías cantado mejor con saxofón al lado o también en tu casa. Habría bailado esas danzas de interminable vuelo. Ave u orquídea, y en ellas convertida, a la siga del ritmo deslizaría mis pasos en silencio. No esta rumba flamenca con el tablado flojo habrías bailado y aún no acabo. *** De un tirón, así, de precipicio, me mido en la cuerda del ahorcado. Aquí viene mi muerte, digo, y borro las palabras de inmediato. Pero el miedo es así. Permanece en la marca del lápiz —en la hoja. Rescribes en la marca: Aves. Parvadas volando hacia tu auxilio. Llamas flores. Oyes la evanescencia de la tarde, el ruido de esas aves que invocas y no entiendes. Late tu corazón. Lo escuchas. Lo miras en tu ropa que tiembla y anticipas: será mala la noche, un punzón de diamante transitará tu oído, tomará habitación en tu garganta. Serás tu misma punzón, angostamiento, falta de aire. Y todo, ¿para qué? ¿Acaso no quisiste este precio a cambio de hojalata? Y las manos, tan frías, ¿no eran también pregunta que asentaste en la tibia moldura de un edredón de plumas? No hay edredón. No hay plumas. Sólo ese afán protagonista. Una vida común. Tan, tan. (Suena la puerta: el vendedor de agua se incorpora al paisaje. Ya regresas.) Reincides en la marca. Vas de pájaro a gozne. La tenue borradura |
le da un aire preciso a la palabra
y te alegra esa mancha, ese hallazgo fortuito. ¿Qué hay del pájaro al gozne? Piensas en el graznido. Tiras el gozne. Vuelves a rumba. De un tirón, así, borras la cuerda que sólo se transforma. El taconeo dispar propone un ritmo que el corazón retoma. No es para tanto, digo. Sólo un desbocamiento al melodrama. Una vida común. II. Que no . Que nunca se destruye la materia que sólo se transforma. Ya lo había dicho Ovidio muchos años atrás. Y lo dirá cualquiera cuando tengamos plumas. Lo que no se utiliza se elimina. Porque nombre es destino, el apéndice fuera. El meñique también. Ya andaremos pezuñas Buscando el eslabón perdido. *** Van por la carretera dos tres jamelgos amarillos. Habrían corrido de no ser por la carga. Habríanse revolcado en el pasto oloroso de su consolación. Dos, tres, jamelgos amarillos de fuego, sin carro y sin Apolo, transitando. *** Todo sigue en lo mismo, a la busca de qué, mirando para dónde. Un poco más de polvo estelar sobre nuestras cabezas. Ufano como siempre va el pavo real pintándose las uñas. La piedra no palpita sin la lengua de fuego. Así de perogrullo se repite el mundo. *** Tantos libros aquí, y ni una sola línea para pasar la noche. Mas valdría la fogata, la quemazón de letras calentara los cuerpos, los reuniera. *** No hay alto surtidor más bien se arquea este pálido chorro cristalino. No hay alta noche ya. Nadie regresa aún para volverse piedra ni el corazón, real, se amerita en la sombra. No se enamora el polvo, ni Dánae ni Dafne. Eldorado no existe. Sólo queda la ruta: dos tres jamelgos amarillos de fuego que transitan. III. Entonces qué , Malparaíso, noria, frontispicio de dónde: para qué nos movemos. No ha sido fácil esta rumba flamenca. Es mejor ajustarse al dominio del tumbo. Descompasado rumbo que no atiende al cuadrante: el corazón no se transforma nunca. Al fin, uno rehace su lugar. |