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MALVA FLORES

reseñas

APARECE UN INSTANTE, NEVERMORE
Imagen
Mayco Osiris Ruiz
"Aparece un instante, Nevermore", de Malva Flores
Luvina 73, Invierno 2013.

                                                                                                                             The more things change, the more they are the same. That is the                                                                                                                                  terrible stability of the world.                     
​                                                                                                                                         Martin Esslin




En uno de los versos más célebres —y sin duda más oscuros— de Una temporada en el infierno, Arthur Rimbaud sentenciaba: «Hay que ser absolutamente moderno». Algunos años más tarde, hacia 1905, Hermann Bahr tomaría una resolución parecida: «El único deber, ser moderno». Tal parece que las cosas no han cambiado demasiado en nuestro siglo. La aspiración del poeta, y algo habrá de sintomático, marcha todavía paralela al esfuerzo, muchas veces cuestionable, de instalar a la poesía en los inciertos y deformados dominios de lo que se estima moderno. Lo que en principio fue una actitud se ha transformado, hoy día, en una necesidad casi condicionante.

La regla, por supuesto, no es aplicable ni a todos los poetas ni a toda la poesía. Existen, junto a todos aquellos que confunden lo moderno con la irreverencia, con la búsqueda a ultranza de una engañosa originalidad, quienes comprenden que lo verdaderamente nuevo consiste, si acaso, en cuestionar la manera en que entendemos y habitamos esa modernidad. Con Aparece un instante, Nevermore, Malva Flores (Ciudad de México, 1961) no sólo se inscribe en esta última categoría sino que también nos enseña que la escritura del poema es, ante todo, una labor de reconocimiento, una apuesta permanente por la renovación.

Si en Luz de la materia podemos encontrar un libro luminoso, guiado por la secreta convicción de que toda poesía encarna un regreso a lo esencial, un esfuerzo por recuperar los fragmentos de un universo en dispersión, en Aparece un instante... asistimos, más bien, al nacimiento de una contraparte oscura y teñida por el desencanto. La ausencia de asideros reales, la angustia ante el presentimiento de que la palabra poética no alcanza a desmenuzar el complejo y convulso espesor del mundo, dan como resultado un libro en el que las interrogantes sobre lo poético, sobre la forma que el poeta tiene de afrontar el vértigo y la multiplicidad de lo real, se convierten en las directrices que articulan los poemas que lo integran.

La preocupación latente viene con una pregunta que bien pudiera ser el origen de las obsesiones que rondan todo el poemario: me refiero, por supuesto, a aquella que pone en entredicho la mera posibilidad de continuar hablando, en un universo cada vez más propenso a lo inmediato, desde la voz de esa poesía que, quizá sin proponérselo, hace visible el revés de las cosas, su cara oculta o desdibujada por el trasiego y la rapidez del mundo. Tal vez por ello, en un intento desesperado en el que responder importa menos que comprender, Malva Flores apuesta por una escritura que, para mostrar el carácter falible y transitorio de lo nuevo, primero lo encarna y lo interroga: «Make it new / pero / qué es new. / En dónde lo buscamos».

Esa búsqueda, permeada por la convicción, acaso dolorosa, de que en realidad «Ya no hay new» sino «news», implica, a su manera, un descenso, un viaje en vertical a través de los sinuosos laberintos del lenguaje, de la forma en que se piensa y se concibe la escritura del poema. A la renovación del verso, a la llegada de un aliento fresco y cercano al de la poesía más contemporánea, corresponde también una preocupación por señalar que el camino a la originalidad no está en ninguna parte, que renovar(se) no necesariamente significa rendirse ante los riesgos del experimento gratuito: lo nuevo siempre es repensarse a uno mismo, repensar la manera en que la poesía debe hacerle frente al mundo en que se desenvuelve. En eso el libro triunfa por knock-out y, al mismo tiempo, es descarnadamente claro. De hecho, uno de sus mayores aciertos reside precisamente en la capacidad de evidenciar la falibilidad de lo «moderno» a través de un ejercicio de «modernización» del verso, pero también en su soltura al momento de agrupar todos esos ecos sueltos de la poesía más nueva en el seno de otra poesía de raigambre más bien clásica. De allí que se concluya hacia el final de la primera parte: «escribe con la lengua / que te sea familiar».  

La lengua familiar, sin embargo, es la de la nostalgia («Raven / raven / ¡Nevermore!/ —que vuelva con Leonora el cuervo / de románticas plumas»), la de la palabra inerme que no alcanza a traducir el horror de la muerte («Cero / cloro / piélago / de sodio puro. / Palabras / descompuestas en un mismo / cordón umbilical»), la del eco irónico que nos recuerda, con una sonrisa amarga, que la poesía parece, hoy más que nunca, insuficiente: «Y sólo veo fracciones / de aquel oro bruñido pues ya no atisbo / lianas / ni letras / que con su abrazo traduzcan / la luz de la materia». Malva Flores ha escrito un libro sombrío, desencantado, cuya terrible verdad radica en el hecho de saberse a la deriva («Y todo me da miedo / porque no escucho voces / sólo sílabas mancas»), en la posibilidad de haber equivocado la forma de estar en el mundo: «Me equivoqué / de río / de ahora / y es de agua / la cortina sin aire / que se hincha».

Con todo, la labor del poeta —y Malva Flores lo sabe muy bien— no consiste en entregarse al flujo endemoniado de la angustia sino en afrontarlo valientemente, en retenerlo dentro de sí para brindarle exactitud y forma, para otorgarle el don de una palabra justa. Quizá por ello el depurado juego rítmico, la pureza y sonoridad de las imágenes que recorren el poemario, sugieren una restitución, un apego a la idea del pasado como entidad nutricia y, con ello, una confianza en los poderes del ritmo como vehículo para rehacer el mundo, para salvar los escollos de lo perecedero y lo banal. «Las cosas», leemos en el último poema del volumen, «están siempre en su lugar». Si el poeta las transforma, si nombrando les otorga nuevos rostros, no es para desfigurarlas sino, precisamente, para reafirmarlas en su estabilidad. La tarea, a final de cuentas, consiste en eso: en intentar (Make it new / dijo Pound: / «Oigo crecer / la selva a ras del tragaluz / y recomienzo»); el resto —ya lo anunciaba el epígrafe del libro— no es asunto nuestro


Héctor M. Sánchez
"Una sinfonía de Bruckner"

(Malva Flores, Aparece un instante, Nevermore)
Crítica 154
(mayo-junio, 2013)

pp. 165-170

Más o menos temprano en la historia de la música, los compositores descubrieron que la variedad es un poderoso elemento estético; así, comenzaron a buscar lo uno a través de lo múltiple, con lo que dieron pie a las estructuras armónicas; poco después, idearon piezas compuestas por diversos tempi, cada uno de los cuales recibió el nombre de movimiento (o danza, en el caso de las suites). 

Bach, por ejemplo, conjunta la varie dad armónica con la rítmica en sus concerti grossi, obras tripartitas cuyo primer y último movimiento presentan una tonalidad mayor y un tempo relativamente acelerado, mientras que el movimiento intermedio se rige más bien por un tono menor y por un tempo despacioso. O bien, por el contrario, hallamos en los concerti grossi dos tempi lentos inicial y final en tono menor y uno intermedio rápido y en tono mayor.

Más adelante, Haydn, considerado “el padre de la sinfonía”, utiliza la estructura del concerto grosso para convertirla en una pieza orquestal con cuatro movimientos: la sinfonía moderna. Mozart, Beethoven y Brahms continuarán desarrollando esta forma hasta que, con Bruckner, alcanza su máximo esplendor, por lo menos en el sentido tradicional de la palabra sinfonía. Y es que las obras de Bruckner tienen un sentido colosal, no sólo por su larga duración (cercana a los noventa minutos), sino por la complejidad armónica, tímbrica, rítmica y melódica con la que cada movimiento
está escrito; Bruckner es el compositor de las sinfonías totales: en ellas, la experiencia estética se va construyendo a sí misma poco a poco, profundizándose en cada recoveco, para alcanzar, en un punto determinado, la plenitud espiritual, como un bosque en movimiento.

2

Si hemos iniciado con estas reflexiones sobre música es porque el libro que vamos a comentar (Aparece un instante, Nevermore, de Malva Flores) ha generado en nosotros una vivencia análoga a la que experimentamos en la audición de algunas de las sinfonías de Bruckner. Esto, por dos razones fundamentales: en primer lugar, porque se trata de una obra compleja estructurada sinfónicamente: diversos “movimientos”, poseedores de distintas tonalidades, timbres y tempi, se conjuntan en un todo acompasado, bien ensamblado, para dar pie a un solo movimiento interior: una ola con sus crescendi y diminuendi que viene a desembocar en un solo y genial acorde unitivo. En segundo lugar, porque este movimiento, a causa de su fuerza interior misma, adquiere un carácter estético total, como en Bruckner. Queremos precisar esto último mediante el comentario analítico de las distintas partes o movimientos sinfónicos que integran Aparece un instante, Nevermore…

El texto comienza con un “Preámbulo forzoso” que, al igual que el comienzo de una sinfonía, nos expone el tema principal y sus primeras variaciones, pero todavía de forma precaria. Así, Malva abre el “Préambulo” con una frase de Pound que, en nuestra lectura, es justo la que le da el sentido integrador al poema: “Make it new / dijo Pound.” Más adelante, la autora pone en práctica un tono ligeramente humorístico que, aunque logra su cometido de provocar nos una afable sonrisa, se queda como una simple potentia que no se desarrolla más a lo largo de la obra: 

y hoy la muchacha del mohín fruncido en el cibercafé 
habla con la jactancia de quien 
jamás salió de su colonia 
                         y está al tanto de todo
(...)
Ya no hay new
hay news
y sí:
les falta anís,

dice el yo poético, bromeando con el tema de la fugacidad. Se trata, pues, de un inicio tentativo que será abandonado para dar pie a otra línea poética. Ésta comienza en el canto I de la sección “Tropo”, cuerpo central del poema, y se extiende hasta el canto V, con lo que constituye el allegro, ma non troppo de esta sinfonía. La tonalidad que predomina aquí es la de sí mayor: una diafanidad no plena, sino un tanto lúgubre y nostálgica, sin que por ello alcance un sentido elegiaco; es la felicidad dela niñez y el disfrute de la naturaleza que se saben constantemente amenazados por el re bemol de lo trágico que aparece en su estructura misma. Así nos lo da a entender el epígrafe mismo del canto I, en el que vida y muerte interactúan entre sí sin solución de continuidad:

Por tu plateada orilla de eucaliptos
salta el pez volador llamado alondra,
mas yo estoy en la noche de tu fondo
desvelado en la cuenta de mis muertos.
Gilberto Owen

El tempo va construyendo aquí una imagen de la naturaleza (río, piedras, viento), pero una imagen oscura y melancólica, que añora el tiempo perdido:

Nadie nos dijo
nunca
que eso era el amor
y hoy lo adivino al otro lado del río
brillando aún
—en esa luz.

Idílica, sí, pero sólo por algunos instantes:

Corro en la magnitud del día
y ya es de oro
el sol
en la ribera del río.

Lo que impera, más bien, es un desencanto mesurado:

Quiero alcanzar al ángel
Con los ojos
(…)
Pero el ángel se aleja
abandona
la orilla lentamente.

Esta contradicción emocional entre lo luminoso y lo terrible termina por explotar a favor del segundo elemento en el canto VI, “Diario ambulatorio”, que constituye el adagio fúnebre de la obra. Justo cuando todo parecía estar en completo orden:

LUNES
Con los ojos sumidos en cadencias
del agua
—en la verberación de todo
lo que murmura el río
nada perturba el gozo del sol en la ribera
salvo un ave
de brevísimas alas.

La muerte, hasta ahora sólo presencia virtual, hace su aparición irremisible:*

“Ha venido a decirme que te estás muriendo / y no hay salvoconducto que me
lleve / hasta ti.” Durante el resto del canto, las imágenes de la naturaleza serán desplazadas por las de la ciudad y sus aparatos burocráticos, símbolos en este contextode la deshumanización y la oscuridad:

“Pase o carnet”
repite oblicuamente
el centinela
por cuyas venas corren piedras negras
de tedio

(…)
—Y somos tantos.
Filas de carne ordenada
por un dolor sin habla
que sólo tiene ojos.

(…)
La ciudad es un inmenso charco
de aguas pardas
como un charco de bilis
es tu cuerpo
y no entiendo por qué.

------------------------------
* Este brutal cambio de tono nos recuerda
en demasía al Orfeo, de Monteverdi, en el
que el anuncio de la muerte de Eurídice por
parte de la mensajera constituye el parteaguas
melódico, armónico, tímbrico y rítmico de
la ópera.
Imagen


En seguida principia el scherzo del poema, el cual, como todo scherzo, se compone de dos partes contrastadas: una que se despliega en los cantos VII y VIII, y la cual podemos denominar “la calma antes de la tormenta” (largo ralentando), y otra que se ubica en el canto IX y que constituye la liberación absoluta de las fuerzas del caos (allegro troppo). La primera parte abre con una estrofa que marca el retorno a la naturaleza, pero un retorno ya completamente desencantado:

De nuevo frente al río
sin Dánae
sin Nilo
sólo el hilo poderoso
del agua donde viene a lavar
su piedra el ángel mitigado.

El tono del poema se mantiene en esta calma tensa (ralentando) hasta los
últimos versos del canto VIII, que ya presagian la tormenta:

Hoy me miro en el río
que tan pausadamente ha perdido
su sombra
porque las nubes borran
el oro del afluente
y el horizonte es nudo
—maraña de las nubes
velando la nitidez del agua.

El allegro troppo del scherzo da inicio con esta estrofa:

Como si fuera brizna
como semilla arrojada
al torrente por el pico
de un ave de gran envergadura
—alas
nubes
recorren la cañada
y se suelta la lluvia--
voy.

Y, al igual que el río con toda su fuerza “va derribando troncos / vacas /
perros”, la voz torrencial del yo poético parece encontrar en el mantra la forma de liberarse de toda su culpa, su furia y sus penas. Por ello, repite obstinadamente: “Me equivoqué. ” Aquí el poema alcanza su acorde más pleno: todo el desarrollo que se ha venido acumulando se concentra en este par de puntos, de gran intensidad poética:

Me equivoqué
de río
de hora
y es de agua
la cortina sin aire
que se hincha.

(…)

Sin la red
de una sílaba
caigo
en la ciega corriente.

Una vez realizada la catarsis, el texto vuelve a su cauce en el “Epílogo”,
movimiento final en tempo lentissimo que representa la calma después de la
devastación. Mediante el uso de las comillas en “Acuse de recibo”, primera
parte del epílogo, la autora nos indica que le ha cedido la voz poética a otro
personaje, el cual le aconseja:

“Tira
la flor
de encantamiento
—esa
la veleidosa--
la roja flor
de la historia personal"

Después del dolor, parece llegar la aceptación. Por ello, los últimos versos
del poema, nuevamente en boca de otros personajes, poseen un carácter sumamente apacible, contemplativo: es la existencia que se manifiesta en sí, tal como es, diría Heidegger hablando de la revelación poética:

Las cosas están siempre en su lugar
me dice Adolfo:
el columpio en la higuera
la naranja en su cesta
y el fulgor en las alas
del manzano.
Make it new
dijo Pound:
Oigo crecer
la selva a ras del tragaluz
Y recomienzo.

El director de orquesta ha leído el último compás del pentagrama y comienza ya a bajar la batuta. Ha terminado la sinfonía. Es hora de los aplausos.

3

Malva Flores consigue toda esta construcción poética gracias a un verso corto
(ocho sílabas en promedio) y a un periodo enunciativo simple, elementos que lo gran traducirse en este caso en una gran intensidad semántica y sintáctica. El poema tiene las palabras precisas, ni una más ni una menos. 

Fonéticamente, el verso está tan bien trabajado que Malva puede prescindir casi por completo de las comas: un corte en el lugar exacto sustituye la función prosódica de dicho signo de puntuación y, por añadidura,genera un ritmo fluido y sumamente deleitable. Hay que destacar asimismo el excelente uso del guión largo, recurso del que la autora echa mano en varias ocasiones y que le produce un beneficio prosódico múltiple: por una parte, el periodo enunciativo conserva su simplicidad diáfana y, por otra, no se destruye totalmente el ritmo sintáctico del mismo, como sí lo podrían hacer un punto o un punto y coma. Sólo a Nietzsche le habíamos visto un manejo tan adecuado
del guión largo.

Lo que no nos gusta del poema es su título. En sí mismo, es verdad, constituye un verso decasílabo armonioso y sugestivo: Aparece un instante, Nevermore. Sin embargo, no concentra el sentido estético de la obra, como sí lo hace la cita de Pound colocada justo al principio y al final de la misma: Make it new. Esta cita, que bien pudo haberle dado título al texto, además de poseer el valor estético-estructural ya señalado, concentra en sí la idea de renovación cíclica que caracteriza estéticamente al poema y que contribuye en buena medida a darle la forma sinfónica total, unitaria, que en él hemos descubierto. De cualquier manera, por todo lo que hemos apuntado, el libro nos ha parecido grandioso.

Carlos Olivares Baró
"El libro de la semana. La epifanía del instante"
La Razón, Cultural
(sábado, 25 de mayo de 2013), p. 23
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Aparece un instante, Nevermore, de Malva Flores (Ciudad de México, 1961), aborda trazos metafísicos que remiten a Ezra Pound y T. S. Eliot: el instante da cabida a una multiplicidad temporal. Reflujos: “y el sol es ya un fermento de frutos / a cielo abierto / un adorno de insecto chocando / en las mejillas”. ¿La evocación, encajamiento en un es que se diluye?: inclinación que tiene el repaso de trasladarse a las espaldas de lo acontecido —atrás, bien atrás—, para retornar fijado en la presencia: a lo que el mundo es ahora, soplo circunstancial: instante. El tiempo oscila, reverbera, salpica las pausas y las quietudes: delirio que sofoca las estaciones: runa desbordada: regato y acorde humedecido. El tiempo coteja todas las posibles conciliaciones: sed, mirada, éxodo, espesuras, silencios, clamores, vigilias… El tiempo cobija las gesticulaciones. El pasado, incidente que se asoma deseoso en la apariencia.

Poemario de ondulada conjuración: las hablas que lo conforman abrazan la eventualidad recurrente de esos hilos frágiles de los nombres: contingencias de las respiraciones del deseo. La duración aquí es fuga y sosiego. “Compás de columpio nuestro arrojo / en su horqueta: / veranda / de una hora que jamás terminaba / sólo fluía”: comenta una de las voces que vagabundea por estos pliegos. Desamparado en las consonancias de un diálogo cobijado en un barranco de sombras, el poeta se deja guiar por una algazara: “manojo de lumbre”, y encuentra refugio en los azoros de una concordia oral de semántica zarandeada: flama de significados: hormiguero refocilante: empalmes de vislumbres asediados por la gracia.

“Como dibujo de largos trazos firmes / un canturreo febril / alzaba nuestras manos / maduraba la sed / en las pupilas / y el dolor / que apacientan las frutas del verano”: atajos: flujo que es permanencia rondando “el hálito fragante de su simulación”. Nunca más el silencio porque la “urgencia del ahogo / abalorio de gulas” presiente la marea del instante inflamado: una asonancia dice más que el equilibrio: en la proporción habita el disimulo. Trémulos espejos, aguijones, cascadas, balastos: caligrafía presurosa que colma estos salmos de retornos: aroma de anís: “resurrección en la carne que a veces florecía / de la noche convulsa”. Poema-hojarasca: códigos superpuestos en los retumbos: repatriación: brama el desconcierto para que el aullido aniquile la sed. La fosforescencia, masa fugaz intacta: casa nómada, la música del verbo: “La luz del ángel desordena el paisaje”.

Aparece un instante, Nevermore: allegro ma non troppo: impetuoso adagio de conmiseración cabalgante. La autora de Pasión de caza en cabal madurez expresiva.


Eduardo Mejía 
"El librero"
El Universal (domingo 23 de diciembre de 2012)



Con una dosis de humor poco frecuente en la poesía mexicana, la autora se hace muchas preguntas, plantea todas las dudas que le acechan, encuentra posibles respuestas, a veces contradictorias, hace juegos verbales y malabares, con citas muy escondidas aunque algunas parezcan obvias, y parece decir que las claves de la vida pasan ante nuestros ojos de manera inadvertida, por estar esperándolas en otro lado; contagia la inseguridad, pero también la alegría y hace leer a otros poetas, no todos enunciados en el texto...
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Entrevistas

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Aparece un instante, Nevermore