La historia de Vuelta puede rastrearse desde muchos años antes de la aparición de su primera entrega, el 15 de noviembre de 1976. Un antecedente conocido nos remite a octubre de 1971, cuando apareció el primer número de Plural. Crítica, Arte, Literatura, revista también creada por Octavio Paz, y que hizo crisis en junio de 1976, cuando el diario Excelsior, su patrocinador, se vio obligado a cambiar tanto de directivos como de lineamiento editorial, como consecuencia de los reiterados ataques en su contra emprendidos por el gobierno de Luis Echeverría: Paz y los intelectuales que entonces le acompañaban no se dieron por vencidos. Unos meses más tarde, ese mismo año, se produjo el lanzamiento de la mítica revista Vuelta.
Cuenta Malva Flores, autora de Viaje de Vuelta. Estampas de una revista, que en una carta que Paz le mandó a Tomás Segovia en mayo de 1967 (cuando todavía era Embajador de Méjico en La India), le decía: “debe ser una revista de batalla”. La idea de crear una publicación que asumiera la confrontación que los tiempos demandaban, fue siempre un anhelo y una exigencia que Paz formulaba a sus interlocutores. Quien tenga el privilegio de revisar las ediciones publicadas entre 1976 y 1998 podrá verificar en qué medida se cumplieron o no aquellos objetivos, de un grupo de hombres que compartían la idea de que los intelectuales sí tenían una tarea que llevar adelante en la esfera pública. Octavio Paz, Alejandro Rossi, Gabriel Zaid, Enrique Krauze, Salvador Elizondo, Tomás Segovia, Christopher Michael Domínguez, Aurelio Asiain, Adolfo Castañón, Ululame González de León, Guillermo Sheridan, Guillermo Cabrera Infante y otros, por 22 años mantuvieron a Vuelta como una de las más altas y palpitantes referencias en Iberoamérica, no restringida al campo literario, sino como una presencia indudable del debate intelectual contemporáneo. Uno de los atributos que tiene el libro de Malva Flores (1961), poeta y ensayista, es la reconstrucción que hace del ambiente de polaridad, el trazo de la atmósfera proclive a la discusión, que eran características de aquellos días, especialmente en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Código genético En el núcleo del pensamiento de Vuelta es posible destacar, entre otras, cuatro fuerzas que merecen ser comentadas. En primer lugar, una vocación de autonomía editorial, reivindicada de la primera a la última edición de la revista. Luego, asociado a lo anterior, un sentido crítico proyectado hacia distintos planos: al hecho literario y también hacia otras cuestiones esenciales de la vida pública. Por ello, el ensayo con voluntad desmitificadora, se reitera como el género de mayor frecuencia e impacto, entre los seis mil textos que la revista publicó a lo largo de su historia. La defensa de la democracia, del individuo y de un marco de libertades para la acción humana, fue la actitud vital, el signo (el signo determinante, provoca escribir): una posición que se respira, que resulta insoslayable, la marca indeleble de Vuelta. Por último, cabe mencionar aquí una característica (también de Plural): el reconocimiento de las diferencias sustanciales que existen entre periodismo y literatura, y que marcaron siempre un estándar alto para los textos que se publicaban (lo que provocó reacciones de muchos autores en nuestra lengua, ofendidos por no ser publicados; entre ellos se originaron algunas de las acusaciones que acusaban a Vuelta de elitista y hermética). México y el mundo “Si México –su literatura, su sistema político, su historia, su arte, etcétera– fue punto medular de la revista, no menos importantes fueron las distintas expresiones mundiales que dieron rostro al último cuarto del siglo XX y que encontraron difusión, pero sobre todo discusión, en las páginas de Vuelta”, también fue consistente en la denuncia de los totalitarismos y las dictaduras. Asociado a lo anterior, a menudo enfrentó al populismo e hizo suyas las causas de la libertad y la defensa de los escritores perseguidos. Muchos nombres, pero en particular los de Isaiah Berlin, Milan Kundera, Claude Roy, Elías Canetti, Tzevetan Todorov y Eliot Weinberger, entre otros, publicaron notables ensayos que marcaron, en alguna medida, la personalidad que la revista adquirió para sus lectores. Malva Flores pasa las páginas. Revisa edición a edición. Toma notas y ordena las vocaciones de 22 años de trabajo: la tradición literaria mexicana e iberoamericana, la literatura francesa, la poesía anglosajona, el análisis histórico y político, el ejercicio de la crítica de la literatura, pero un ejercicio siempre alejado de las formalidades de la academia. Casi mil poemas (Charles Tomlinson, Derek Walcott, John Ashbery, Mark Strand, James Laughlin y tantos otros). Decenas de ensayos dedicados a las artes visuales. Reseñas de grandes exposiciones, dentro y fuera de México. Y, a menudo, las polémicas conceptuales, políticas y en el espinoso terreno de las ideas. Que Vuelta representa una etapa y una referencia en la cultura de América Latina durante más de dos décadas, lo suscriben muchos hechos: el que varias generaciones de intelectuales fueron sus lectores; las adhesiones y también los rechazos que ella suscitaba entre izquierdistas y mediocres de muchos lugares (al punto que la publicación experimentó varias temporadas de prohibición en distintos países); pero por encima de todo lo ratifica el eco, la durabilidad, el asombro que sus páginas nos siguen produciendo, cada vez que tenemos la fortuna de abrirla y leerla. |
Vuelta a Vuelta
Guillermo Sheridan El Universal. Opinión 16 de julio de 2013 Hace quince años se publicó el último número de la revista Vuelta (1976-1998), la revista fundada y dirigida por Octavio Paz: continuadora de su revista Plural y progenitora de Letras Libres. La literatura y las ideas en México suelen cocinarse en las revistas, esos polimorfos, vivos centros de irradiación. La labor editorial de Paz —desde que fundó en 1931 la revista Barandal, a sus diecisiete años de edad, y hasta el último número de Vuelta, a sus ochenta y tres, pasando por su participación, en los Cuadernos del Valle de México (1933), la revista Taller (1938-1941); la revista El Hijo Pródigo (1943-1945); la revista Plural (1971-1976)— fue tan rica como la de su poesía y su pensamiento crítico, y un gesto más de su pasión por México. Su actividad como editor es esencial en la justificación de ese párrafo elocuente de Alejandro Rossi en su “Borrador de un elogio (a Octavio Paz)”: “Es el pedagogo por excelencia: nos ha forzado a abandonar el barrio y sus lunas caseras, nos ha colocado en la plaza del mundo, nos ha obligado a leer —desde un poeta chino a un soneto desatendido de Quevedo—, nos ha convencido de que el ombligo no es tan interesante, nos ha enseñado que la cautela es el peor aliado del escritor, que la libertad debe ser el pan nuestro de cada día, el alimento de la aventura artística”. Una pedagogía que se sostuvo tenazmente en sus revistas, singulares oficios de escritura colectiva, las dendritas que se enhebran para tejer la conciencia cultural de una nación. Alguna vez sostuve que la más verdadera y reconcentrada historia de la literatura moderna en español está en las revistas, esos híbridos que son brújula y escollo a la vez; hilo de Ariadna y laberinto, pitonisa y enterrador. Las revistas le otorgan esqueleto a la continuidad y razones a las rupturas. Son pontífices: hacen puentes de papel; obligan a la curiosidad y al diálogo, civilizan a la inteligencia, orillan a asumir responsabilidades críticas y morales, su urgencia secuencial vacuna contra la indolencia y la soberbia. Yo me eduqué en las revistas literarias. La primera vez que vi mi nombre impreso fue en una juvenil empresa iniciada por Adolfo Castañón. Se llamaba Cave canem y calculó que apareció (y desapareció) por 1971. Rompí lanzas, después, en la Revista de la Universidad, en el suplemento sábado del diario unomásuno y en los primeros números de Nexos. Pero me armé caballero en Vuelta, escribiendo reseñas de libros y pequeñas crónicas. Demasiada buena escuela para tan torpe caballero: la conciencia de que Paz leía y revisaba todo era intimidante y, a la vez, exigente. No se podía pedir más. Mi primer proyecto como investigador en la UNAM —gracias a un contrato que me extendió Huberto Batis— fue escribir un estudio, con índices críticos, de la revista troquel de nuestra cultura moderna: Contemporáneos (1928-1931), con el que presenté examen de maestría. Dediqué cuatro años (a medio tiempo) a estudiar esa revista, su tiempo y la obra de sus redactores, con febril entusiasmo. El mismo que ahora, en un inevitable giro de tuerca, percibo en el excelente estudio de Malva Flores, Viaje de Vuelta. Estampas de una revista (Fondo de Cultura Económica, 2011). Traigo esto a colación no sólo por celebrar el discreto cumpleaños de nuestra revista, sino por la rara sensación que deriva de hallarme, en el libro de Flores, ya no como historiador de revistas, sino como personaje historiado por haber participado en Vuelta. Y me sorprende leer que, de acuerdo con Flores, soy “el tercer escritor con mayor número de colaboraciones en Vuelta, después de Paz y Zaid.” Caramba. Mi primer impulso es apenarme; pero pienso luego en que si Paz y Zaid (y Rossi, y Krauze) así lo permitieron así, debo prescindir, por un instante, de mi modestia. |
El juicio político de la historia
Raúl Olvera Mijares La Jornada Semanal, 928 16 de diciembre de 2012, p. 11 El golpe a Excélsior por parte del régimen de Echeverría y el fallecimiento de Octavio Paz son dos fechas que vienen a delimitar la existencia de la revista Vuelta (1976-1998). Es justo entre la historia política y la literatura, entendida a la vez como creación y crítica, que el libro de la poeta Malva Flores (1961) intenta hallar los ejes temáticos de un nutrido y bien informado volumen, una de cuyas mayores bondades consiste en el trabajo previo de investigación, acopio de materiales y reflexión consensuada, el cual se declara desde las primeras páginas en forma de “Agradecimiento” hacia una serie de personas, principalmente el equipo de la revista, que contribuyeron con testimonios o puntos de vista, a ir forjando el andamiaje general y el panorama histórico del ensayo, así como la consulta de fuentes primarias y hemerográficas. El libro arranca a partir del propósito original de Octavio Paz de fundar una revista acerca de literatura, pensamiento sobre ésta, reflexión sobre la cultura en sus más diversas manifestaciones. Pasar de los temas estrictamente culturales a los políticos era casi un recorrido obligado. Hacia el final del libro, el lector se queda con la impresión de ver desfilar ante sí la historia reciente de nuestro país en su apabullante conjunto: el impacto del Tratado de Libre Comercio, la insurgencia zapatista en Chiapas, el peso mítico –casi poético– del subcomandante Marcos, el asesinato no totalmente esclarecido de Luis Donaldo Colosio, el triunfo de la ultraderecha durante la llamada Transición, el fortalecimiento de la izquierda tumultuaria y, finalmente, el regreso demoledor del antiguo partido mayoritario. Paz y quienes lo acompañaban en la revista, algunos veteranos desde los inicios con Plural (1971-1976) y otros nombres nuevos que se fueron sumando al sonoro contingente, realizaron un aporte innegable a la cultura no sólo mexicana sino del mundo de habla hispana, en materia de difusión de poesía, crítica de arte en general, ensayos sobre historia y política, tendiendo puentes entre México y el exterior, pero también apoyaron un proyecto, el del neoliberalismo económico, el del mercado global, el de la democracia entendida en su sentido actual. Es evidente que este nuevo orden, a nivel mundial, ha conducido a un callejón sin salida respecto del agotamiento de los recursos naturales, energéticos, alimenticios, de riqueza de toda índole, incluso cultural y espiritual, imprescindibles para hacer sustentable la vida del ser humano: ¿hasta dónde la historia juzgará o absolverá a los intelectuales y escritores por haber abrazado, quizá con demasiado entusiasmo y apresuramiento –con poca conciencia de los intereses reales que se hallaban detrás– un proyecto de desarrollo cuya única esperanza en la actualidad parece ser mantenerlo en pie hasta su colapso inminente por medio de un sistema represor, virtualmente un nuevo fascismo que no se atreve a confesar su nombre? |
Conversación crítica
Armando González Torres Letras Libres 161 (mayo, 2012) pp. 70-71 En América Latina, las revistas culturales han funcionado como una extensión del ágora, un modelo de vida intelectual y una escuela informal. A diferencia de una revista científica o institucional, una publicación cultural no aspira meramente a difundir o producir conocimiento sino a crear, pensar y debatir en los márgenes del saber certificado. Vuelta (1976-1998), animada por Octavio Paz y un amplio abanico de escritores, fue una revista que cultivó el rigor en la creación y la reflexión en español, estimuló la agenda pública e influyó en el gusto y los valores de, al menos, un par de generaciones. Surgida en 1976, tras el golpe a Excélsior, recogió el espíritu de su antecesora Plural y durante más de veinte años funcionó como un espacio para el diálogo y la confrontación intelectual. Las estampas de Vuelta que traza Malva Flores, si bien tienen un respaldo documental exhaustivo y un enfoque panorámico que va desde la tradición intelectual que honra la revista hasta detalles de su administración, no son simplemente un recuento académico neutral, sino que destilan simpatía y un aire de nostalgia. No es raro: Vuelta fue, de manera oculta o explícita, una ineludible referencia literaria, política y sentimental para quienes accedieron al universo de la lectura y la vida pública en las décadas de los setenta a los noventa. El estudio de Malva Flores cumple varias funciones: por un lado, reconstruye la convulsa atmósfera cultural y política de las décadas en que circuló la revista; por otro lado, con la acuciosa enumeración de autores, temas y polémicas que alojó Vuelta, permite superar algunas simplificaciones que se acuñaron en medio del fragor ideológico; finalmente, con un conjunto de semblanzas y entrevistas a sus principales animadores, ofrece una visión íntima de la revista, revela afinidades y diferencias entre sus colaboradores y, sin dejar de reconocer la invaluable animación de Paz, retrata a un elenco de autores con personalidad, obra y agenda propias. En una etapa de ilusión radical y militante, en la que muchos consideraban que el arte y la literatura debían tener un propósito revolucionario, en la que se desconfiaba de las nociones de exigencia y de alta cultura y en la que llegaba a profesarse la vía de la transformación violenta, Vuelta reivindicó, por un lado, un arte sin fronteras o consignas y, por el otro, practicó la crítica como un atributo civil. En esa revista se formularon una serie de preguntas en torno a la naturaleza de la cultura y el arte y la función del artista. Igualmente, se reflexionó sobre la Guerra Fría y sus secuelas, sobre la oposición entre capitalismo y socialismo real, sobre la opción de la revolución violenta, sobre las dictaduras de izquierda y derecha y sobre los nuevos fundamentalismos religiosos. La naturaleza de los regímenes totalitarios y la situación de las libertades en la entonces URSS, Europa Oriental o Cuba fueron preocupaciones constantes, pero, como señala Malva Flores, también las limitaciones y contradicciones del mercado, las políticas equívocas de Estados Unidos y las atrocidades de las dictaduras del Cono Sur, al grado de que la circulación de Vuelta fue prohibida en Argentina. En lo que atañe a México, la agenda de temas fue abundante: una revisión de las diversas fases de la historia del país; una disección de los fenómenos del autoritarismo, clientelismo y expansión económica del Estado; una indagación de las relaciones entre intelectuales y gobierno y una demanda, pionera en el mundo intelectual, por la democratización política. Vueltatambién amplió el radio de la conversación: la red de afinidades y contactos que construyó con artistas y pensadores de todo el mundo, así como la proyección que alcanzó, no tiene paralelo en la historia de las publicaciones hispanoamericanas contemporáneas. El prestigio y el abanico de relaciones que Paz había construido en su largo periplo europeo y asiático, así como los contactos de otros miembros de la revista, le brindaron un colorido cosmopolita e interdisciplinario, pues al coloquio no solo eran convocados artistas, sino filósofos, historiadores, antropólogos y científicos. En particular, Vuelta convocó a una pléyade internacional del liberalismo y el socialismo democrático. Vueltafue una revista de ideas que, sin embargo no desdeñó el combate y su historia polémica (en la que descollaron Paz, Zaid y Krauze) muestra una radiografía de la polarización, pero también una pedagogía de ese debate extensivo que abarcaba desde la noción de la cultura y la literatura hasta las posturas ante coyunturas específicas, como los conflictos centroamericanos. Vuelta orientó su interlocución polémica a las distintas izquierdas (a las que a veces simplificó); por su parte, la revista fue objeto de reducciones y estereotipos enquistados (“instrumento de la derecha y de la televisión”, “ala del neoconservadurismo norteamericano”, “reducto de ultramontanismo moral”). De cualquier manera, en retrospectiva y más allá de las eventuales destemplanzas, en los fuegos cruzados que sostuvo con otras publicaciones, principalmente Nexos, se pueden encontrar discusiones ejemplares y es factible reconstruir un mapa y una cronología de los principales acontecimientos que marcaron las décadas recientes. Los pronunciamientos ante estos dilemas históricos constituyen un referente indispensable, pues las prácticas políticas y culturales hoy legitimadas por el conjunto de la república de las letras sufrieron un tortuoso proceso de definiciones. Suele decirse que una revista cultural es un libro escrito a varias manos, una construcción colectiva que responde a valores, pasiones y coyunturas históricas concretas. Con Vuelta se replanteó el diálogo entre cultura y política y, en un momento en que ya tendían a ser desplazados de la arena pública por los expertos en ciencias sociales, los escritores consolidaron una tribuna periódica para hacer crítica y demostrar que la especialización excluyente desarticula la unidad de la cultura, extirpa el conocimiento del ámbito ciudadano, enrarece el lenguaje común y desdeña la conversación. Vuelta buscó restaurar esa conversación entre diversas expresiones artísticas, disciplinas del saber y valores morales y políticos y, así, devolver al lector la capacidad de opinión y albedrío en temas fundamentales. A la distancia, y gracias a recuentos como este libro, la calidad de la conversación que estimuló Vuelta es patente en los autores que convocó, en los entusiasmos, animadversiones, dudas o vocaciones que despertó, y en los debates que suscitó, dentro y fuera de sus páginas. ~ |
Con V de Vuelta
Mary Carmen Sánchez Ambriz Milenio. Cultura. Lunes 23 de abril de 2012 p. 42 De las dos empresas editoriales más significativas de Octavio Paz, Plural y Vuelta, el Fondo de Cultura Económica ha publicado un par de libros, firmado uno por John King y el otro por Malva Flores. El de esta última, Viaje de Vuelta, lleva como subtítulo "Estampas de una revista" porque se trata, en efecto, de una reseña pormenorizada (en tono narrativo) que va del 15 de noviembre de 1976, cuando se presenta en la Galería Ponce el primer número de dicha publicación mensual, al 19 de abril de 1998, cuando muere Paz y el consejo editorial de Vuelta decide, con la desaparición física del poeta, cerrar el ciclo por él encabezado. La idea de crear un medio impreso de creación y crítica no se inicia en el 76 ni en el 71, sino en los años sesenta; la educación intelectual de Octavio Paz tuvo las guías de la Revista de Occidente (fundada por Ortega y Gasset), la revista Examen (que dio forma al "grupo sin grupo" de los Contemporáneos) y Sur (en donde participaron Borges y Bioy Casares). Considera Malva Flores que una de las enseñanzas de Paz, y el principal motor de su pensamiento, fue la pasión crítica. Con esos anteojos heredados observa el desarrollo de Vuelta, que concibe como "un ser vivo dueño de contradicciones" o "un edificio en permanente construcción". Lee con curiosidad y rigor, número a número, la colección completa de la revista y analiza además el contexto en el que circulaba (tanto la vida nacional como internacional, además de lo que José de la Colina llama "la vidita literaria"), las reacciones suscitadas, los debates propuestos, calificaciones o descalificaciones, batallas ganadas o perdidas. "Sería difícil concebir que el espíritu combativo de un hombre que durante tan largo periodo dirigió una publicación no infundiera su propio talante a la revista", escribe la autora, "y que las distintas generaciones que pasaron por ella no hubieran adquirido ese tono beligerante que durante toda su vida alimentó". Los temas constantes: la situación del socialismo real, las peculiaridades del sistema político mexicano (definido en el Encuentro Vuelta por Mario Vargas Llosa como "dictadura perfecta"), la confrontación de una literatura de mercado con la creación artística como experiencia individual. En Vuelta se reflejaron las luces y las sombras de un personaje. El libro tiene el valor de presentar a ambos, a la revista y al poeta, como se miraban a sí mismos y como eran mirados por los otros, como "espacio de libertad" o "altar del elitismo". Si algo guía este viaje es la pasión crítica. |
Viaje de Vuelta
Christopher Domínguez Michael Domingo 15 de abril de 2012 El Ángel. Reforma p. 2 Produce emoción, orgullo, pudor, leer un libro sobre una aventura de la que se formó parte y en la cual transcurrió, probablemente, el lapso más emocionante de la vida propia. Ese sentimiento me ha turbado durante la lectura de Viaje de Vuelta. Estampas de una revista (FCE, 2011), de Malva Flores, la crónica intelectual de la revista dirigida por Octavio Paz entre 1976 y 1998. Escrito con simpatía, el de Flores es a la vez el testimonio de un lector -ella, poeta, lo fue fielmente durante aquellos 22 años- y la investigación de una especialista en historia literaria contemporánea de México. De hecho, Viaje de Vuelta complementa el trabajo anterior de Flores (El ocaso de los poetas intelectuales, Universidad Veracruzana, 2010) y debe leerse, en un mismo paquete, junto con la recién traducida obra de John King (Plural en la cultura literaria y política latinoamericana, FCE, 2011) sobre la revista que dio origen a Vuelta. Flores va y viene entre el fin, la muerte de Paz en abril de 1998 y el principio, el golpe sindical al diario Excélsior que provocó lo contrario de lo que el gobierno, en 1976, pretendía: la multiplicación de la prensa política y cultural independiente. De Plural heredó Vuelta a muchas de las plumas internacionales (Calvino, Cabrera Infante, Bell, Brodsky, Kundera, Sarduy, Vargas Llosa, Revel, Berlin, etcétera) y convocó a otras nuevas, que la convirtieron en el principal foro literario de la lengua española. Fueron, en un primer periodo, los mismos escritores mexicanos que dejaron Plural los que hicieron Vuelta. Pero ni Paz, ni Gabriel Zaid, ni Alejandro Rossi, ni Tomás Segovia, ni Salvador Elizondo, ni Juan García Ponce, ni Ulalume González de León, ni José de la Colina, ni Julieta Campos desearon que Vuelta heredara de Plural su dependencia de la generosidad ajena. Por ello, tal cual lo destacó Enrique Krauze -el historiador que como subdirector de Vuelta fue el arquitecto de una autonomía financiera devenida en libertad moral- en la presentación de Viaje de Vuelta el pasado 27 de marzo, hizo muy bien Flores en meterse a investigar en la contabilidad de la revista, demostrando el carácter práctico de su independencia. A esa historia material de la revista, Flores agrega la crónica de sus hábitos editoriales (predicar con el ejemplo contra la piratería), de la ingeniería de sus secciones, de sus horarios de trabajo (las prolijas conversaciones telefónicas de Paz con Aurelio Asiain, el secretario de redacción, cada mañana durante dos décadas), de su rivalidad con Nexos (y el detallado relato del Coloquio de Invierno en 1992), de su incansable discusión con la izquierda latinoamericana sobre el totalitarismo en Cuba y más allá, del triunfo que significó para una revista liberal (pero también socialdemócrata, anarquizante, libertaria, abierta a la tradición católica) la caída del Muro de Berlín, del horror manifiesto que nos producían las dictaduras militares en el cono sur, de la labor de Vuelta en la oposición democrática que fue reblandeciendo a esos dictadores constitucionales que llegaron a ser los presidentes mexicanos o de la polémica causada cuando Krauze expuso a Carlos Fuentes al dominio de la crítica. Hay mucha política en Viaje de Vuelta y no podía ser de otra manera: la videncia pública de Paz nos contagiaba y nos enervaba, en una revista (Flores lo muestra con detalle) donde la discusión era permanente y a veces álgida. Rossi, Zaid, Krauze tuvieron importantes diferencias ante el ritmo y las prioridades de la democratización del País o sobre el destino de la universidad pública y Paz los escuchaba con pasión: esa fue la conversación que distinguió a Vuelta durante los años decisivos de 1985, 1988, 1994. Quizá lo único que le objetaría a Flores, haciéndole de abogado del diablo, es cierta conformidad con la visión que los miembros de la revista teníamos (y tenemos) sobre nuestro sitio público. Viaje de Vuelta también narra, con muy buena prosa, la historia de un gusto literario, de una manera de leer poesía y de una militancia antiprofesoral, antiacadémica, que Flores juzga empedernida. Se sigue el derrotero, en fin, de un grupo de críticos literarios que dejamos registro, bien y mal, de casi toda la literatura en español de ese tiempo. Sólo el 22 por ciento de los ensayos y reseñas publicados en Vuelta, dice Flores, estuvieron dedicados a escritores miembros de la revista, lo cual refuta la endogamia crítica de la que se nos acusaba y que hasta cargábamos con mala conciencia. La variedad de nuestros intereses (lo digo como miembro que fui de su consejo de redacción entre 1989 y 1998) acaso resultó excesiva, pero fue unívoca nuestra insistencia en defender una idea de literatura cuya esencia Flores dibuja bien. Creo (y dudo sólo en la medida de ser aún más subjetivo ante este libro que de costumbre) que el libro está a la altura de muy buenas historias de revistas literarias, como las de Alban Cerisier sobre la Nouvelle Revue Française (2009), Jason Harding sobre The Criterion (2004), Guillermo Sheridan sobre Contemporáneos y Examen (1982 y 2011) o King sobre Sur (1986). Viaje de Vuelta corrobora que la revista fue a la vez una revista de autor y una comunidad intelectual. Sin Paz, editor desde la adolescencia, Vuelta no hubiera existido, pero el último trecho de su biografía sería incomprensible sin el calor de la revista, a la vez trinchera y falansterio, brújula y tribuna. Malva Flores ha logrado que mis propios recuerdos (y me consta, los de otros escritores de la revista, también) se afinen, se precisen y me devuelvan a los primeros años 90 cuando bastaba con tomar hacia el oeste la calle de Presidente Carranza, en Coyoacán, para llegar a Vuelta y discutir el próximo número de la revista, lo cual creaba la ilusión de cambiar cada mes, aun modestamente, el mundo. |
Más referencias:
- García de Alba, Sonia, (2014), “Viaje de Vuelta de Malva Flores”, Criticismo 11 (julio-septiembre).
- Sheridan, Guillermo (2013). Vuelta a Vuelta, [reseña a Viaje de Vuelta] El Universal (16 de julio). Reproducido en Letras Libres (17 de julio).
- Estala Rojas, Eduardo, (2012), “Plural y Vuelta: regreso al presente” [Artículo sobre Viaje de Vuelta], Nueva Era, 6, (junio 2012): 130-132.