La fortuna de la prosa
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La fortuna de la prosa Las distinciones verbales deberían ser tenidas en cuenta, puesto que representan distinciones mentales, intelectuales. Pero es una lástima que la palabra “poeta” haya sido dividida en dos. Pues hoy, cuando hablamos de un poeta, sólo pensamos en alguien que profiere notas líricas y pajariles… Jorge Luis Borges En ocasión de una charla sobre Sergio Pitol en China, en el año 2000 Jorge Volpi declaró que “los intercambios literarios entre los países latinoamericanos son limitadísimos, tanto, que diría que el concepto de literatura latinoamericana no existe, sólo une el idioma”. Esta idea ocupa todavía al narrador en su libro de ensayos Mentiras contagiosas (Páginas de espuma, 2008) y forma parte de aquella arenga grupal, nacida en 1996, cuando se dio a conocer el Manifiesto Crack durante la presentación de los libros de quienes formarían parte de un grupo fundado a partir, entre otras cosas, de un deslinde del Boom latinoamericano. Sus novelas, particularmente las del propio Volpi, Ignacio Padilla y Vicente Herrasti, hicieron gala de un cosmopolitismo que intentaba asegurar, para la narrativa, que ya éramos, al menos los mexicanos, “ciudadanos del mundo”. ¿Qué tiene que ver Volpi con los problemas del poeta? Nada y de soslayo, mucho. Esa historia, podrán decirme, ha sido revisada cientos de ocasiones y pertenece al ámbito de la narrativa, la academia y la mercadotecnia. Sin embargo, las tribulaciones del poeta –de algún modo no impreciso– están ligadas a estos acontecimientos de los que el crack es ya sólo un episodio reservado a la academia y la avalancha publicitaria sobre la nueva narrativa hispanoamericana, que con sus altos tirajes, giras globales de autores, sustanciosos premios y la competencia entre los consorcios editoriales, son el pan de cada día. Los alteros de novelas se suceden en las mesas de novedades como edificios cuyo próximo derrumbe augura el nacimiento de otra, similar y fugaz, pila de libros. |