Estrellas del otro firmamento
Sobre A ingrata línea quebrada, de Malva Flores
Revista Replicante
Por Elena Gómez de Valle
21 marzo, 2020
Escrito por la poeta, ensayista y narradora Malva Flores, A ingrata línea quebrada (Literal Publishing, 2019) es un libro de dos cuentos en los que se mezclan la poesía y la narrativa para crear un texto híbrido. Un verso del poema Trilce de César Vallejo da nombre al libro.
La idea central de esta obra es el hecho de que en 1912 Alfred Lothar Wegner utilizó el nombre Pangea para referirse al único continente que existió en el Mesozoico, formado por dos antiguos continentes, Pannotia y Gondwana, que al unirse quedaron rodeados por un solo mar: Panthalassa.
Un tema conductor de la poesía de Malva es el límite y el camino antiguo para volver a casa. Partiendo de esto, la autora abre la primera parte con el personaje de Gretel, la niña extraviada que busca ir a su hogar.
No salva a Gretel que busca migajas comidas por los cuervos en Pangea.
En las dos historias las líneas limítrofes de la tierra se borran y aparecen nuevamente, al igual que ocurre hoy en día con los espacios virtuales, temporales, geográficos, económicos y religiosos.
Cada poema comienza con un diálogo entre Lía y Herr Aloysius (ella como metáfora de la madre original de seis tribus de Israel y Alz como metáfora del Alzheimer). Ambos abordan reflexiones sobre la formación de Pangea, además de conducir al lector a la historia subyacente en la que la autora hace una profunda reflexión y crítica a la descomposición del tejido social que puede ser visto como el deslavamiento del camino que lleva al hogar.
—Hay una oscuridad que tiembla, señora Lía, un parpadeo de mosca en la rutina de las cosas.
Cuando el poema habla de que nadie atestiguó la formación del continente único, Malva se refiere a la decadencia de la realidad actual en la que los países están cercanos gracias a la tecnología, medios de transporte y comunicación, pero las personas se aislan en su continente individual. En palabras de la poeta: “La poesía ha sido siempre una resistencia… El lenguaje es un territorio mayor que yo”.
Los libros que anteceden a éste tratan igualmente temas telúricos: Casa nómada (Premio poesía Aguascalientes, 1999), Pasión de Caza (Premio de poesía Elías Nandino, 1991), Galápagos, Luz de la materia, entre otros. En éste la editora de Letras Libres habla sobre la evolución geológica a través de nuevas formas de hacer poesía. Sus cuentos–poemas tienen un lenguaje matemático, geográfico, naturalista, en que el eterno retorno es un beat que va dando secuencia a los eventos naturales y a la historia global del libro. Malva hace un guiño al pequeño punto azul (la tierra) de Carl Sagan. Da cuenta de la soledad de sus habitantes, del tiempo, de los números, los fractales, la música como pertenencia, de la gestación de la palabra y de ésta como piedra central del pensamiento. También presenta brújulas que señalan el regreso a casa. A una casa que se va derruyendo.
Hace un recorrido desde Pangea hasta los shots de azúcar que mantienen al mundo en estado de abstinencia. Cuestiona las cosas a las que el hombre se aferra como mecanismo de sobrevivencia o de adormecimiento generalizado.
Versos libres con aliteraciones dan musicalidad, ritmo y cadencia a los poemas: Lía, deslía, alía qué…
La poesía de Malva Flores es rítmica y de una eufonía tal que el efecto acústico permanece en el lector aun después de terminar la lectura. Su narrativa poética cuestiona los dogmas y paradigmas a través de la historia:
La nota sostenida por el chelo
Como si fuera el aliento
De Dios
No sirve
Pero ¡ah! ¡La Belleza!
Qué tentación.
Hay quienes no ven el bosque,
Porque miran el árbol y quien de frente al árbol
Sólo alcanza a reconocer el bosque.
¿La música real?
Es lo único nuestro, Lía. Una patria, una fe. La pertenencia.
No dramatice, Alz. Nada fue nuestro nunca.
Cuando aborda el tema del mar Panthalasa contacta al lector con su miedo a la inmensidad del agua a través de la metáfora: esa capa turbia que es la dimensión del agua.
Malva Flores va guiando a Gretel y al lector por medio de brújulas mínimas. Una de ellas es la que ayuda a pesar el mundo en gramos y cargarlo de sentido: el peso de una sílaba, del silencio y del miedo. Otra de ellas es la que conduce a través de la forma de las letras, su acomodo vital: hojas que se concentran en unas cuantas líneas para que sepas decir quiero un vaso con agua…
La catedrática en Literatura cuestiona las creencias representando al infierno de forma matemática o haciendo preguntas:
¿Ésa es la fe? ¿Una herida en el costado de Cristo?
Sitúa las creencias y mitos actuales en la construcción del territorio geográfico:
¿Qué es nuestro amor?
Un parpadeo
Ques también un cuchillo
Pero va develando lo que ya hemos sospechado:
Nunca sabemos nada, ni por qué, ni para qué ni dónde.
La primera parte del libro se ocupa de Gretel en Pangea, la segunda parte es el Recetario del mundo. En éste se incluyen doce poemas, uno por cada mes del año. El de abril hace un guiño a Tierra Baldía de Eliot cuando dice
Ni qué crueldad ni que ocho cuartos. Te vas a ir muriendo despacito y qué le vamos a hacer.
En el resto de los poemas hace referencias tanto a Alicia en el país de las Maravillas, Dante Alighieri y Pitágoras como a algunos poemas y juegos infantiles populares:
Mamá soy Paquito no haré travesuras
Jugaremos en el bosque mientras que el lobo no está
La poeta presenta la epifanía del vacío existencial y de la indolencia que el tiempo ejerce sobre aquello que se puede nombrar. El saberse solos desde el inicio al fin:
Sólo estamos nosotros / Solos
Y la anagnórisis de ambos cuentos se muestra lacónicamente cuando Lía, Alz y Gretel se han transformado a través de estas dos historias. Gretel se ve a sí misma y expresa esta propiocepción, dimensionando su existencia del resto del universo:
No soy lo que pensaba
No soy la que pensaba
Gretel soy yo
Y es la hormiga…
No hay futuro
Ni pasado
Ni hoy
Estamos y no estamos
Rosa que va la ardilla al corazón de nuevo.
Sin mes
Sin tiempo
Sin máscaras o ruina.
Todo para nombrar sea hecho.
A ingrata línea quebrada lleva al lector a hacerse nuevas preguntas sobre los grandes asuntos.
Tanya Huntington
La tentación de la belleza
Periódico de Poesía
27 de abril de 2020
Sabemos que la poesía dispone de subcategorías añejas que abarcan desde la elegía hasta el epitalamio, y que fueron diseñadas para ayudarnos a formular, si no respuestas, reacciones humanas ante todo tipo de sucesos derivados de nuestros dos grandes temas centrales: la Muerte y el Amor, en cualquier de sus infinitas variaciones.
A la hora de revisar la poesía contemporánea —ejercicio que nos incumbe no solo como críticos o poetas, sino como seres humanos— veo, en nuestros tiempos, un enfoque cada vez mayor en lo corpóreo; no en el sentido erótico, sino en el de la decadencia manifestada a través de las enfermedades crónicas que nos acechan: el Parkinson que se llevó a mi abuelo, el cáncer que se llevó a mi comadre, el VIH que permitió que la pulmonía se llevara a mi colega. Cada uno de estos males encierra horrores concretos y conlleva sus propias metáforas, como nos enseñó Susan Sontag. El problema con el del Alzheimer, al que creo que alude la poeta Malva Flores (Ciudad de México, 1961) a través del “señor Alz” —ostensiblemente el apodo de un tal Aloysius—, es que se va llevando a nuestros seres queridos “cacho a cachito”. Pero, como si fuera el castigo eterno de Prometeo, no se termina de acabar nunca. Se manifiesta a través un deterioro mental paulatino que nos obliga a permanecer en primera fila mientras sigue restando las facultades lógicas de nuestros mayores, cuya autoridad estamos condicionados a respetar —pues moldearon “el escueto camino/ del sentido común”. Es un mal que sigue minando el “yo” en todos sus aspectos: desde el que toca el piano hasta el que busca las llaves de su casa. Y que arrasa, cual lobo feroz, con el umbral entre pasado y presente.
Abandonada en este bosque, la poeta se queda sin más remedio que enfrentar un futuro desolador.
¿Cuál es la moraleja de esta historia, desde su perspectiva? Que nada sirve.
La perfección de un círculo
no sirve
El late late del corazón enamorado
no sirve
“El relámpago verde de los loros”
no sirve
La nota sostenida por el chelo
como si fuera el aliento
de Dios
no sirve
No sirven.
Servir: (Del lat. servīre).
1. intr. Estar al servicio de alguien. U. t. c. tr.
2. intr. Estar sujeto a alguien por cualquier motivo haciendo lo que él quiere o dispone.
7. intr. Ser soldado en activo.
11. intr. Dep. Sacar o restar la pelota de modo que se pueda jugar fácilmente.
12. tr. Dar culto o adoración a Dios y a los santos, o emplearse en los ministerios de su gloria y veneración…
Veneración y gloria
Pero ¡ah! ¡La Belleza!
Qué tentación.
Este es un libro que existe, a pesar de todo, gracias a la tentación de la belleza —aun cuando el poema sea un “vertedero de lágrimas”—. La poeta nos expone sus decepciones con respecto a otras verdades supuestamente tan absolutas como la autoridad de nuestros mayores: el hecho de que multiplicar una mitad por otra resulta en solo un cuarto, por ejemplo, o de que la fe se base en una llaga en el costado de Cristo. O el hecho de que todo, hasta la forma de las letras, se convierte en brújulas mínimas que no bastan para que encontremos nuestro camino. Porque “Nunca sabemos nada/ ni por qué/ ni para qué/ ni dónde”. Entonces, ¿cómo seguir adelante en este laberinto? O en palabras de la poeta, “¿Cómo pedir así un vaso de agua?”
Son preguntas que detonan paisajes surreales, desde lúgubres cuartos de hotel hasta intemperies habitadas por cuervos que graznan, o por la “hormiga/ que corre por Pangea/ cargando su alimento/ —esa bandera verde—.”
A través de las personae que ha creado, la poeta se regaña, exigiendo una palabra mejor que “pispireta” para sus versos dedicados a la ardilla. Se desespera porque el pasado feliz no vuelve, ni siquiera cuando lo invoca. Nos recuerda que el amor no existe. Promete que no va a “hablar más de la muerte”. Lamenta las veces que se ha equivocado. Se pregunta si fue Dante o alguien más quien dijo que “el infierno es la repetición sin esperanza”. Y repite que, de todos modos, no importa porque nadie se va a enterar.
Pero allí sí se equivoca. Sí importa. Porque nosotros nos enteramos.
Porque nosotros la leemos.
Y leo: “No hay jinetes/ Trompetas/ Relámpagos tampoco./ Solo estamos nosotros/ Solos/ Solos”.
Pero también leo:
“El jardín se levanta y hasta su propio aire/ resucita./ Estrellas del otro firmamento/ Combustión de las sílabas y el polvo:/ las palabras.”
La tentación de la belleza
Periódico de Poesía
27 de abril de 2020
Sabemos que la poesía dispone de subcategorías añejas que abarcan desde la elegía hasta el epitalamio, y que fueron diseñadas para ayudarnos a formular, si no respuestas, reacciones humanas ante todo tipo de sucesos derivados de nuestros dos grandes temas centrales: la Muerte y el Amor, en cualquier de sus infinitas variaciones.
A la hora de revisar la poesía contemporánea —ejercicio que nos incumbe no solo como críticos o poetas, sino como seres humanos— veo, en nuestros tiempos, un enfoque cada vez mayor en lo corpóreo; no en el sentido erótico, sino en el de la decadencia manifestada a través de las enfermedades crónicas que nos acechan: el Parkinson que se llevó a mi abuelo, el cáncer que se llevó a mi comadre, el VIH que permitió que la pulmonía se llevara a mi colega. Cada uno de estos males encierra horrores concretos y conlleva sus propias metáforas, como nos enseñó Susan Sontag. El problema con el del Alzheimer, al que creo que alude la poeta Malva Flores (Ciudad de México, 1961) a través del “señor Alz” —ostensiblemente el apodo de un tal Aloysius—, es que se va llevando a nuestros seres queridos “cacho a cachito”. Pero, como si fuera el castigo eterno de Prometeo, no se termina de acabar nunca. Se manifiesta a través un deterioro mental paulatino que nos obliga a permanecer en primera fila mientras sigue restando las facultades lógicas de nuestros mayores, cuya autoridad estamos condicionados a respetar —pues moldearon “el escueto camino/ del sentido común”. Es un mal que sigue minando el “yo” en todos sus aspectos: desde el que toca el piano hasta el que busca las llaves de su casa. Y que arrasa, cual lobo feroz, con el umbral entre pasado y presente.
Abandonada en este bosque, la poeta se queda sin más remedio que enfrentar un futuro desolador.
¿Cuál es la moraleja de esta historia, desde su perspectiva? Que nada sirve.
La perfección de un círculo
no sirve
El late late del corazón enamorado
no sirve
“El relámpago verde de los loros”
no sirve
La nota sostenida por el chelo
como si fuera el aliento
de Dios
no sirve
No sirven.
Servir: (Del lat. servīre).
1. intr. Estar al servicio de alguien. U. t. c. tr.
2. intr. Estar sujeto a alguien por cualquier motivo haciendo lo que él quiere o dispone.
7. intr. Ser soldado en activo.
11. intr. Dep. Sacar o restar la pelota de modo que se pueda jugar fácilmente.
12. tr. Dar culto o adoración a Dios y a los santos, o emplearse en los ministerios de su gloria y veneración…
Veneración y gloria
Pero ¡ah! ¡La Belleza!
Qué tentación.
Este es un libro que existe, a pesar de todo, gracias a la tentación de la belleza —aun cuando el poema sea un “vertedero de lágrimas”—. La poeta nos expone sus decepciones con respecto a otras verdades supuestamente tan absolutas como la autoridad de nuestros mayores: el hecho de que multiplicar una mitad por otra resulta en solo un cuarto, por ejemplo, o de que la fe se base en una llaga en el costado de Cristo. O el hecho de que todo, hasta la forma de las letras, se convierte en brújulas mínimas que no bastan para que encontremos nuestro camino. Porque “Nunca sabemos nada/ ni por qué/ ni para qué/ ni dónde”. Entonces, ¿cómo seguir adelante en este laberinto? O en palabras de la poeta, “¿Cómo pedir así un vaso de agua?”
Son preguntas que detonan paisajes surreales, desde lúgubres cuartos de hotel hasta intemperies habitadas por cuervos que graznan, o por la “hormiga/ que corre por Pangea/ cargando su alimento/ —esa bandera verde—.”
A través de las personae que ha creado, la poeta se regaña, exigiendo una palabra mejor que “pispireta” para sus versos dedicados a la ardilla. Se desespera porque el pasado feliz no vuelve, ni siquiera cuando lo invoca. Nos recuerda que el amor no existe. Promete que no va a “hablar más de la muerte”. Lamenta las veces que se ha equivocado. Se pregunta si fue Dante o alguien más quien dijo que “el infierno es la repetición sin esperanza”. Y repite que, de todos modos, no importa porque nadie se va a enterar.
Pero allí sí se equivoca. Sí importa. Porque nosotros nos enteramos.
Porque nosotros la leemos.
Y leo: “No hay jinetes/ Trompetas/ Relámpagos tampoco./ Solo estamos nosotros/ Solos/ Solos”.
Pero también leo:
“El jardín se levanta y hasta su propio aire/ resucita./ Estrellas del otro firmamento/ Combustión de las sílabas y el polvo:/ las palabras.”
Víctor Manuel Mendiola
La línea quebrada de Nanof
Ciudad de México / 24.07.2020
Laberinto
Jorge Luis Borges, en una de sus muchas agudezas críticas, dijo que si la poesía durante siglos había ofrecido una composición con “un antes, un durante y un después”, no había razón para que hoy no ocurriera del mismo modo. Obviamente, el poeta argentino cuestionaba la preferencia por la simultaneidad y la fragmentación vacías, exclusivamente formales, sin un mundo auténtico. En el fondo, también estaba cuestionando a toda esa masa creciente de poemas sin “idea”, sin “sujeto”, sin “centro” y en prosa, construidos —en los mejores casos— con una suerte de hedonismo elusivo y alusivo, que en nombre de “la solitaria pluma extraviada” fatigan inútilmente al diccionario y al lector.
Es pertinente hablar de este asunto porque al leer dos libros, Nanof (Vaso Roto, 2019) de Enzia Verduchi y A ingrata línea quebrada (Literal Publishing, 2019) de Malva Flores, advierto que la observación de Borges sigue vigente y permite explicar por qué estos dos textos acaban ganándonos y, lo que es más importante, venciendo la dificultad de transformar la autonomía del lenguaje —y su inevitable carácter a priori— en una representación necesaria y recordable.
Ambos textos nos anuncian desde el principio su historia: en Nanof, el cuento de un hombre encerrado en un psiquiátrico que escribió en grafiti un libro de 60 metros de largo por dos de alto; y en A ingrata línea quebrada, la teoría —y el sueño— de la fusión de los viejos continentes en uno solo, “Pangea”. En el primero encontramos una mezcla de actas, postales, poemas-receta, susurros, recuerdos que van avanzando en un montaje preciso; en el segundo, más libre, la alternancia de una conversación con el pensamiento de que las cosas están sometidas a un derrotero, a una brújula que no sabemos a dónde apunta, pero que nos arrastra de manera poderosa. Uno, inclemente y dramático: “me arrancaron los ojos aunque las cuencas están llenas de cielo”; el otro, suave, sensual, reflexivo: “eres caricia sin mano / pero tibia. / Ven”. Uno, en el proceso difícil de crear no una biografía sino su tiempo subterráneo, la conciencia rota; y el otro, en su condición autorreferencial, el espacio de los actos cotidianos cargados de ineludible metafísica.
En este tiempo de confusión y de toma de partido por las soluciones no sólo más fáciles sino más estridentes, de “alto impacto”, quizá es un buen momento para pensar cómo la literatura moderna saltó de las formas del rigor extremo, que podemos observar en los grandes poemas de la primera mitad del siglo XX, a ese género de poesía en prosa casi ayuna de toda significación verdadera. Es extraño ver que la preferencia por la prosa, que debió enriquecer a la poesía, la empobreció. Por eso, lo que me sorprende en lo que yo llamaría “la línea quebrada de Nanof” es la necesidad, el menester de contar sin recurrir a la poesía hueca o sensiblera del dramón de la injusticia o el crimen. Una poesía que podemos agradecer, con un antes y un después, no obstante las quebraduras.
Presentación:
Tanya Huntington, Malva Flores, 1 de marzo de 2020
https://www.facebook.com/watch/?v=2502503329855153